Crónicas de caminante: Contigo y sin ti (3)
Debo confesar que a esas alturas ya estaba enamorado de la Negra y eso era irreversible. Nuestros encuentros eran larguísimos, intensos, inolvidables, pero en el fondo no dejaban de ser citas entre una prostituta y un cliente, sin embargo, tenían mucho de especial.
Recorrimos casi todos los hoteles de La Perla, en el Callao, uno especial frente a un bar sin nombre donde tomábamos cerveza en cantidades asombrosas y conversábamos horas de horas. Me costaba mucho dinero, es cierto, pero en ese momento no me importaba.
Una noche de esas me dijo que se iba a Alemania por un mes, un viaje corto para visitar a parientes y amigos que vivían por allá. Claro que yo pagué los trámites y varios de los regalos que me hizo comprar para llevar a su parentela.
Tuvimos nuestra despedida porque yo estaba seguro que no la volvería a ver, por más que ella me asegurara lo contrario. Me equivoqué. Regresó antes del mes con una novedad: estaba embarazada y yo era el padre. Pero eso no era todo. Había decidido no tenerlo. Me explicó que tenía muchos planes y proyectos que un embarazo interrumpiría.
Y fue más allá: me dijo que no tenía dinero y que yo debería asumir los gastos. Luego de muchas discusiones acepté entregarle el dinero y me sentí pésimo por haber tomado esa decisión. Meses después me enteré que efectivamente había estado en Alemania, pero para visitar a un novio cliente que había pagado todos los gastos que me hizo pagar a mi. El embarazo y el aborto nunca existieron, se los había inventado para tener dinero. (CONTINUARA)
Carlos Araujo