En un rincón del cuarto, el inspector Romero trataba de encontrar huellas, mensajes, señas. Ya era de noche y el viejo policía decidió prender su linterna
Por: Carlos Araujo
Empezar una nueva vida casi a los 60 es como nacer y no tener mamá o, al menos, eso es lo que creía Anaí Ventura cuando fue expulsada de su casa una madrugada de invierno sin estrellas.
Antes de desaparecer de este mundo, Anaí Ventura fue a parar con sus huesos y recuerdos a un lugar alejado de una Lima que se fue, una ciudad país en la que millones de ángeles, genios y monstruos de todos los colores conviven a diario, de un lado a otro, arriba o abajo, de susto en susto y de sueño en sueño.
La última vez que alguien vio con vida a Anaí Ventura fue la mañana del domingo 31 de octubre del año 2021, cuando con sus pasitos de animal sin rumbo ingresó a esa habitación que era su nuevo universo. Miraba la ventana por la que ingresaban diez céntimos de un sol marchito.
“Muchas personas pueden haberte dicho te quiero, pero no necesariamente te han amado”. Ella nunca respondió cuando su casero tocó la puerta dos días después y el tipo creyó que se había ido sin pagarle, así que decidió llamar a la Policía para denunciar la desaparición de una mujer incierta llamada Anaí. Los agentes revisaron la habitación durante un par de horas.
Una cama de plaza y media. Ni un solo rastro de violencia. Una mesa, un vaso vacío, una vela, un membrillo en la mesa y un persistente olor a soledad por todos los rincones. Lo cierto es que Anaí Ventura nunca se fue, nada más desapareció como el vapor luego que hierve el agua.
En un rincón del cuarto, el inspector Romero trataba de encontrar huellas, mensajes, señas. Ya era de noche y el viejo policía decidió prender su linterna. Nada en las paredes, nada en el techo, nada en el piso, nada en el aire, nada en la nada. Decidió marcharse, resignado a creer que Anaí Ventura algún volvería luego de su viaje a la estrella más cercana al mundo.
Antes de irse iluminó con su linterna la parte trasera de la puerta. Una sola palabra estaba escrita con letras muy pequeñas. ¡Auxilio! Romero entendió todo, cerró la puerta y se fue convencido que Anaí Ventura ya no pertenecía a este mundo.