Un ángel perdido
Varias veces tocó esa puerta con la mirada ausente. Nadie le abrió. Insistió. Buscó. Bebió y bebió hasta que un día murió de pena y tristeza.
Cuando despertó, estaba en una playa sin límites, muy cercana a millones de estrellas y planetas innombrables.
Un pescador sin rumbo que pasaba por ahí la vio le dijo que, en esos ojos de criatura, se podía leer un amor lejano.
Al siglo siguiente, una rosa blanca y alegre como los niños, empezó a crecer al borde de esa playa que nadie conoce.
Carlos Araujo