Se extraña en la ONU la conducción de sus deliberaciones de personas como el que fue su presidente don Víctor Andrés Belaúnde o su secretario general Javier Pérez de Cuéllar
Por: Antero Flores-Araoz
Acabamos observar a través de la prensa, la realización de la 77 Asamblea General de las Naciones Unidas, efectuada en su sede de Nueva York, a la que han concurrido numerosos jefes de Estado al igual que sus cancilleres o ministros de relaciones exteriores, entre los que se encontraban los peruanos.
Ésa conferencia mundial se ha realizado cuando, en simultáneo, hay acontecimientos internacionales de relevancia, como son la salida de la pandemia del COVID 19, el crecimiento del terrorismo internacional, el aumento de la conflictividad y beligerancia en la guerra entre la Federación Rusa y Ucrania, agravada con la amenaza desde las más altas esferas gubernamentales de la primera, de escalar hasta el ataque con armas nucleares, lo que evidentemente podría comprometer y afectar a todo el planeta.
La pregunta cae de madura ¿Se resolvió en la Asamblea de la ONU los temas mencionados? La respuesta es negativa. Agregaríamos ¿Se generó en la Asamblea esperanza de resolverse los problemas? Pues tampoco.
Lo antes expuesto inexorablemente lleva a inquirir sobre la eficiencia de la ONU para resolver la conflictividad internacional y, ante ello solo podemos decir que, lamentablemente la ONU no está sirviendo para nada o par muy poco.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se creó por tratado internacional del 26 de junio de 1945, que se encuentra vigente desde el 24 de octubre de dicho año, y fue la respuesta ante la Segunda Guerra Mundial que recién acabó y en el ánimo, como instrumento de Derecho Internacional, de resolver desavenencias internacionales por medio de mecanismos pacíficos, sean los conflictos bélicos o no, y también para prevenirlos.
Si la ONU, que reconoce que solo el empleo de la fuerza es legítimo en propia defensa, no está sirviendo para evitar los conflictos armados, tampoco para resolverlos y menos mantener la paz y seguridad internacional, es obvio que no cumple con sus cometidos y debe ir a una urgente reingeniería.
Francamente no es dable que se reúnan los más altos representantes de infinidad de países, para discursear, como si se tratase de un concurso de oratoria, pero en que son muy pocas las piezas que podrían servir para concursar, pues la mayoría dejan mucho que desear e incluso confunden la naturaleza de las Asambleas de la ONU, que no son para tratar asuntos domésticos sino los internacionales en pro de la paz y la proscripción de la guerra.
Insisto, urge la reingeniería de la ONU, que les cuesta a los erarios de los países miembros muchísimo dinero, que desplazan infinidad de miembros de sus servicios diplomáticos, unos en forma permanente y otros eventual y, que solo se dedican lamentablemente a perfilar declaraciones intonsas e irrelevantes.
Se extraña en la ONU la conducción de sus deliberaciones de personas como el que fue su presidente don Víctor Andrés Belaúnde o su secretario general Javier Pérez de Cuéllar. Eran otras épocas en que había singularidades fulgurantes en un espacio internacional que debería volver a ser importante y efectivo.